Me había propuesto ser comedido en el blog y no insultar (o, si lo hacía, ser lo más creativo posible con los insultos) pero hay veces que la estupidez llama a la puerta tan desnuda, tan… ella misma, que no queda otra que llamar a las cosas por su nombre, y pasa de ser un insulto al calificativo más aséptico y exacto posible. Resulta que una discoteca monta fiestas light (como todas las que tienen horas para menores, vaya), como se han montado durante años y como se seguirán montando… Pues a un/una guardián de la moralidad, la virtud y las buenas costumbres (ahora llamada no sé qué de igualdad, pero la mentalidad es la misma y los resultados casi los mismos que en tiempos de Paquito, sólo que allí te caían los grises encima y ahora te cae la turba enfurecida y el linchamiento público), un/una guardián de la virtud, decía, se ha enterado y ha puesto el grito en el cielo, asombrado de que tal cosa pueda darse en un país civilizado (en tiempos del guateque esas cosas no pasaban).
La tontería ha llegado a los periódicos nacionales y ha arrastrado a la Fiscalía de menores, que se ve poco trabajo tiene y puede permitirse perder el tiempo dando por saco con cosas así, a la ministra de igualdad (bueno, esto era esperable, salta ante cada tontería, cumpliendo bien su función de pararrayos para el resto del gobierno) y a algún que otro inútil incompetente en puesto demasiado alto. La culpa es, a partes iguales, de la discoteca y de los chavales, claro. La discoteca, por organizar nada y tener hora light; los chavales, por gastarse los cuartos en semejante antro (¡sin alcohol!) cuando por menos del precio de la entrada podrían ponerse ciegos de whisky barato y otras sustancias en el botellón y nadie diría nada: ni prensa, ni fiscalía, ni ministra, ni defensor del menor.
En fin, no deja de ser una cura de humildad para el ego esta demostración de cómo las leyes universales rigen nuestras vidas: la gravitación, la conservación de la energía, las leyes de Murphy, el Principio de Peter…
El tema lo podéis encontrar aquí y allá, hasta en la sopa, vamos.
Como decía el Gallego, con ese tono tan peculiar suyo, arrastrando la g y dando la impresión de que iba a sacar una Thompson de debajo de la gabardina para acabar con los sufrimientos del desgraciado y aliviarnos al resto, «y que siempre tenga que haber un gilipollas…».
Por supuesto, de la anterior «subasta de solteros» nadie dijo nada y nadie se escandalizó.