Hace poco que cumplió los treinta. Una chica de buen ver, nacida en tiempos difíciles y puteada toda su vida. Pero lo que le ha pasado en los últimos años no tiene nombre, la pobre. Sólo le falta (que pasará, no lo dudo) que la sodomicen con un bate de béisbol. Y todo a manos de quienes debían protegerla, cuidarla, mimarla y respetarla. No querría yo ser ella. No querría ser la Constitución española de 1978.
Nacida para traer paz, libertad e igualdad, se ha encontrado con que quien debía cuidarla, el gobierno, la pisotea y humilla sin piedad. Queriendo reglamentar y regular la vida de los ciudadanos hasta el más mínimo detalle. Haciendo de la discriminación su principal bandera (tirando por tierra todos los esfuerzos en la lucha contra la discriminación y por la igualdad de las últimas décadas). Y, lo último y más terrorífico: clavando una puñalada trapera, por la espalda, cobarde, a uno de los pilares básicos del estado de derecho moderno: la separación de poderes.
Montesquieu debe estar revolviéndose en su tumba, aunque dudo que Zapatero, Sinde y sus consejeros sepan quién fue. Ni siquiera Felipe González, que supeditó el Consejo General del Poder Judicial al control de los políticos, ni Aznar, que dio tal barbaridad por buena, se atrevieron a tanto. Puentear a los jueces, sacarlos de la ecuación. Poder ser parte, juez y jurado.
La sección [Segunda Sección, la SS] podrá adoptar las medidas para que se interrumpa la prestación de un servicio de la sociedad de la información o para retirar los contenidos que vulneren la propiedad intelectual por parte de un prestador con ánimo de lucro, directo o indirecto, o de quien pretenda causar un daño patrimonial.
Un comisariado político, es decir, el gobierno, decidirá qué podemos o no podemos ver, y ordenará el secuestro de publicaciones digitales a su conveniencia. Así de simple. Y así de terrible.
Lo peor, lo verdaderamente triste, lo que de verdad me revuelve las tripas, no es ver al gobierno violar así nuestro sistema político, la Constitución y los ideales sobre los que se asienta. A fin de cuentas, tenemos ejemplos similares en otras partes del mundo: Berlusconi, Chávez, Bush… Lo que me asquea es que nuestros representantes, congresistas y senadores, no están moviendo un dedo para parar este atropello. Ellos, que se dicen demócratas, no denuncian esta afrenta al pueblo soberano y sus derechos. Y es en estos momentos, antes de que esta ley dé pie a otras más descaradas (que vendrán, ¡vaya si vendrán!) cuando debemos recordar que «democracia» no es elegir cada cuatro años a quienes nos van a escupir, pisotear, ningunear o, llegados el caso, a encarcelar o robar.
Viendo cómo va la cosa, me temo que veré morir a la dama, como un despojo de lo que fue, antes de que cumpla los cuarenta. Y no creo que lo que venga detrás sea la III República, ni que sea democrática.
Aunque, ¿quién sabe? Puede que me equivoque y peque de pesimista en extremo.
A fin de cuentas, Alemania del Este fue República Democrática.
Escribiendo mientras aún tenemos libertades, se despide de ustedes el reportero más pesimista de Barrio Sésamo.