Si buscamos por Internet formas de conseguir que Windows (cualquier versión) arranque más rápido, casi todo lo que encontraremos será contraproducente, esto es, puede que consigamos un arranque más rápido pero perderemos en rendimiento o estabilidad o ambas cosas, o bien directamente dañino. Creo que no he visto ninguna entrada en foro o blog (habrá, no me cabe duda) que mencione el método más simple y efectivo, salvo para desactivarlo por alguna oscura razón.
Así que supongamos que nos olvidamos de esas colecciones de trucos. Supongamos también que ya hemos hecho los deberes: hemos cogido nuestro equipo, una vez ya instalado todo lo que necesitamos, y le hemos hecho la limpieza de rigor al arranque. No deshabilitando procesos y servicios propios de Windows alegremente (lo que más encontraremos por ahí), para no perder características ni rendimiento, sino dedicándonos a los procesos y servicios de terceros (el egocentrismo es un problema grave en informática, y más aún en desarrollo de aplicaciones). Así, habremos analizado cosas como el inicio rápido de Adobe, la máquina virtual de Java, el programa del TomTom, el del móvil, la impresora, el escáner, el otro móvil, el inicio rápido de OpenOffice.org o el de Microsoft Office, los distintos procesos y servicios que lanza Nero (Ahead), los relacionados con iTunes y otros programas de Apple (incluyendo ese Bonjour), los propios del fabricante de nuestro equipo (en caso de que sea de marca y haya venido con Windows preinstalado) y el resto de «cosas» varias que tendremos por ahí. Habremos analizado todo esto, decía (un día debo dedicar alguna entrada al respecto), tirando de MSConfig y de la consola de servicios, o bien con ayuda de una aplicación de terceros, y habremos quitado lo que, para esta máquina y en este momento, consideremos que no necesitamos («lo que no necesitemos» no quiere decir «todo»; en mi ordenador del curro la máquina virtual de Java era esencial en el arranque, mientras que en el de casa no es necesaria, y así con todo).
Con esto tendremos ya nuestra máquina donde queremos, ágil, potente y útil. ¿Podemos hacer algo más para que arranque en menos tiempo? ¿Para que pase menos tiempo desde que pulso el botón de encendido hasta que tengo el escritorio plenamente funcional, con mis gadgets y mis aplicaciones habituales? Pues sí, algo bien sencillo.
Hibernar.
Al hibernar se copia todo lo que tenemos en memoria al disco duro y se apaga el ordenador. En ordenadores con mucha RAM esto puede llevar más tiempo que apagarlo de manera normal. Pero al arrancar el ordenador, en lugar de cargar Windows lo que hace el sistema es volver a copiar lo anterior a la memoria. Esto no sólo es más rápido que un inicio normal (la diferencia es mayor cuanto menos potente es nuestra maquina), sino que recuperamos una sesión ya iniciada, con los programas abiertos que hubiéramos dejado. La comodidad de esto, sobre todo si trabajamos con portátiles, es innegable y, francamente, muy de agradecer.
Jugando con las opciones de energía podemos configurar a nuestro gusto el comportamiento de los botones de nuestro equipo y hacer uso, así, de esta posibilidad que, desde aquí, os recomiendo que probéis. Yo, personalmente, tengo tanto el sobremesa y el portátil preparados para entrar en hibernación al pulsar el botón de encendido, y conozco a quien prefiere que su portátil hiberne al cerrar la tapa. Al final, Windows se tira funcionando sin reiniciar o apagar el intervalo entre dos actualizaciones que lo requieran.
Ventajas:
Arranca más rápido.
Tenemos la sesión ya iniciada.
Tenemos los programas que deseemos (y archivos: un documento en el procesador de textos por ejemplo) ya abiertos.
Desventajas:
Si el ordenador lo usan varias personas, el tener abierta una sesión puede ser más molesto que útil. Fuera de ahí, no se me ocurre ninguna.