Windows 7 pierde la conexión wi-fi

Problema pintoresco que me pasó con mi portátil y que se ha repetido varias veces en el foro: al portátil con Windows 7, de cuando en cuando, se le va la pinza y nos deja sin conexión por wi-fi, por más que se empeñe en decir que sí que está conectado. El problema, algo tonto y de fácil solución, está provocado por el propio Windows. Básicamente, un portátil es como un submarino de la Segunda Guerra Mundial: las baterías duran poco y hay que economizar. Para ello, Windows, por defecto, le baja la energía a la tarjeta wi-fi. No sé exactamente cuáles son las consecuencias de esto, si la tarjeta pasa a emitir con menos potencia y, por ello, el punto de acceso puede no recibir la información; o al revés, la bajada de energía afecta a la recepción de la tarjeta. En todo caso, con un punto de acceso malillo (todos los routers inalámbricos que nos mandan las operadoras lo son) o una tarjeta wi-fi regularceja perdemos la señal.

La solución consiste en decirle a Windows que a la wi-fi ni la toque. Para ello, debemos ir a la configuración de nuestro plan de energía, que podemos abrir desde el icono de la batería del área de notificación (barra de tareas, abajo, derecha) o a través del Panel de Control, yendo a Sistema y seguridad y de ahí a Opciones de energía.

Dentro de esa ventana, buscaremos nuestro plan de energía y pincharemos en «Cambiar la configuración del plan», que nos aparecerá a su derecha. A continuación, buscaremos el enlace «Cambiar la configuración avanzada de energía», que nos abrirá una ventana nueva con mogollón de opciones. Buscaremos la «Configuración de adaptador inalámbrico» y desplegaremos sus opciones (que será sólo una: Modo de ahorro de energía). Seguramente tendremos algo como «Ahorro de energía bajo» o «Ahorro de energía medio». Podemos probar, sobre todo para la configuración de energía con batería, si con «Ahorro de energía bajo» no falla la wi-fi. Pero, ante el más mínimo problema, marcamos Rendimiento máximo y nos olvidamos del problema.


He aquí la cuestión

Tres aparcamientos, tres

Por si no teníamos bastante con los veinte aparcamientos perdidos en el Corazón de Jesús cuando convirtieron la plaza en una acera ancha, los ocho o diez del último tramo de Hernán Cortés, los doce o quince de la calle del Muro, el día que esté hecha, lo último ha sido quitar tres aparcamientos de mi calle, que bien jodidos ya estábamos, para convertir un ramal peatonal que la une con una urbanización, hasta donde sé, privada, en calle de salida de ésta. Así que han rebajado la acera, han puesto señales, unos pivotes y que los vecinos (casas viejas, de una o como mucho dos plantas, sin posibilidad de hacer cochera) pongan la vaselina. Cogía yo uno de los pivotes y le enseñaba al capullo responsable unas cuantas técnicas aprendidas en mis años de universidad (escuela técnica).

En fin, seguimos sufriendo la Santa Cruzada antiaparcamientos de un alcalde aquejado de gallardonitis crónica (y con cochera propia donde, dicen las malas lenguas, mantuvo su flamante todoterreno oculto de miradas indiscretas hasta que pasaron las elecciones), empeñado en hacer una ciudad de aceras anchas y grises, plagadas de bancos de diseño y maceteros horteras, y calles estrechas y bacheadas o adoquinadas (¡adoquinas! ¡La Virgen, si hace veinte años conseguimos desterrar los putos adoquines!). Todo muy chic y muy guay, o sea, ese toque minimalista todo-cemento con las aceras a ras de la calle y los maceteros posmodernos de hormigón o de hierro oxidado (1), con el tono rústico de pueblo que le dan los adoquines, o sea, chupiguay, te lo juro. Fíjate, los pusimos hace dos años y ya tienen rodadas y están éstos levantados y los de allí hundidos y hacen un ruido los coches así como de carruaje, pero sin las cagadas de los caballos y queda muy chuli, o sea. Y los coches que aparquen o vayan por las calles (estrechas, algunas tortuosas) laterales, oye. Y si se saturan, pues se pone zona azul. Y si no se saturan, pues quitamos más aparcamientos.

Dentro de poco van a empezar las obras en la última calle céntrica que queda por arrasar. He visto el plano y tengo que ir y contar los coches que ahora caben, pero como poco veinticinco aparcamientos más (la mitad de los que ahora hay) desaparecerán, como lágrimas en la lluvia.

¿Queda alguna ciudad o pueblo donde los políticos se preocupen por sus conciudadanos y no antepongan sus ególatras y faraónicas visiones? Porque, ¡vive Dios!, que me mudo.

Si no lo digo, reviento.

(1)Acero corten, concretamente. Han descubierto que queda supermonísimo, o sea, y una calle recién arreglada muestra ya las feas manchas de óxido de los maceteros. Y, después de limpiar un muro de piedra de más de un siglo (y tirar algo más de la mitad del mismo para sustituirlo por tres muros de hormigón), van a coronarlo con una valla de acero corten, para que deje unos buenos churretones hasta el suelo. Igual que la estatua que van a poner en una rotonda nueva, tras tirarla y volverla a hacer (buena excusa: dicen las malas lenguas que esa avenida y la susodicha rotonda las hizo un arquitecto con consecuencias muy divertidas: inundaciones, rotonda tan pequeña que los tráilers no son capaces de cogerla, vía de servicio para dar ídem a cooperativas agrícolas, fábricas y tal por donde no caben tractores y cosechadoras…).

En fin, nos va a dejar una ciudad mo-ní-si-si-ma para pasear. Para vivir y trabajar, por favor, miren en otro sitio.